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Consentimiento y discusión

Violencia sexual: consentimiento y poder

El consentimiento aparece rápidamente en la discusión, y como un elemento central para la defensa de los acusados de pederastia.

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El consentimiento aparece rápidamente en la discusión, y como un elemento central para la defensa de los acusados de pederastia, al momento de pensar en los delitos contra la integridad sexual, el abuso sexual contra niños, niñas y adolescentes.

Otro eje que debería discutirse es la forma de denominar ese tipo de delitos dado que la violencia sexual no solo es un crimen contra la integridad sexual sino que abarca un daño masivo en toda la persona que lo padece.

De la misma manera que abuso sexual infantil es una forma degradante de denominación porque abuso significa el mal uso o uso indebido de un objeto y estamos hablando de sujetos de derecho, y de infantil no tiene nada la sexualidad adulta arrasando contra los cuerpos y mentes de niños y niñas, como lo advirtiera Eva Giberti hace más de 20 años.

En Argentina la edad de consentimiento mínima es 13 años, por lo que se considera que las personas de menor edad carecen de capacidad para consentir. A partir de esa edad y hasta los 16 es considerado estupro (exceptuando las relaciones entre pares), según nuestro Código Penal.

A partir de los 13 años el consentimiento puede obtenerse de diferentes maneras: a través de la coacción, la amenaza, la seducción y otras formas no físicamente violentas pero que agreden el psiquismo y doblegan la voluntad de la víctima.

Este lineamiento basado en edades deja a la libre interpretación las violencias sexuales contra las y los adolescentes que provocan un daño para toda la vida, pero no tienen consecuencias jurídicas. Relaciones con personas que los doblan o triplican en edad han sido naturalizadas como prácticas amorosas socialmente aceptadas desde siempre.

El relato de las víctimas de estos vínculos siempre refiere el mismo tipo de contenido: "Me ofrecía todo lo que me faltaba", "Siempre estaba atento a lo que yo necesitará", "Parecía conocerme más que yo misma", "Sin él yo no era nada", etcétera.

Con el tiempo que se necesita para la elaboración de esta forma de traumatización, comienzan a darse cuenta que se encontraban en una relación de sometimiento y de desigualdad de poder.

"My Sugar Daddy es el sitio principal en línea de relaciones 'sugar'. Somos especialistas en unir sugar daddies con sugar babies. Esta aplicación está creciendo rápidamente a nivel internacional. ¡Ahora también está disponible en Argentina! Una comunidad para hombres exitosos y mujeres atractivas", señala la presentación de una aplicación para vincular a menores de edad con pederastas. No se trata tampoco de mujeres sino de adolescentes y en algunos casos denunciados de niñas de 11 y 12 años.

Existe hace tiempo una fuerte tendencia a la "pedofilización" del deseo, es decir ofrecer cuerpos infantiles erotizados para su consumo. Esta tendencia se puede ver en los comerciales de marcas de ropa, en las publicidades en redes sociales y en la oferta de este tipo de sitios. Un ejemplo claro que tuvo gran repercusión fue la campaña de Balenciaga. La famosa marca de lujo lanzó su campaña navideña "Objects".

En la misma se pueden ver expuestos niños y niñas con ositos atados con bondage (ataduras eróticas hechas por todo el cuerpo o sólo en algunas partes, con cuerdas, esposas, pañuelos, cadenas, etc). Estos osos son carteras.

Una usuaria de Twitter también encontró, haciendo zoom sobre otra publicidad en la que promocionan una cápsula con Adidas, unos papeles en los que se lee parte del fallo de la corte suprema de Estados Unidos: Estados Unidos vs Williams.

Este fallo ratificó una ley federal que penaliza la publicidad, promoción, presentación y distribución de pornografía infantil en el país en 2008.

Se trato de Michael Williams, de Florida, quien fue capturado en una operación federal encubierta en 2004 y luego declarado culpable de ofrecer pornografía infantil. Williams vendía fotografías de desnudos de su hija pequeña, entre otros materiales.
 

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Esta forma de exhibir y narrar a la infancia deja a los niños expuestos como maniquíes a la sexualización de sus cuerpos, a la colonización de sus mentes. Naturalizándolos como objeto de consumo y entregándolos como si no valieran nada.

La utilización de palabras como "beboteo", "papi", "baby" y "sugar", entre otras, con intenciones sexuales acerca el mundo de lo infantil a la 

sexualidad adulta y lo ofrece como objeto de consumo, azucarado, confundiendo lo familiar con lo sexual incestual para borrar límites, maquillando la violencia sexual y falta de consentimiento.

En el mundo 400 millones de niños, niñas y adolescentes son victimas de explotación y abuso sexual por día, según el ultimo informe de The Economist Impact sobre el desempeño de los países para enfrentar la violencia sexual contra niños, niñas y adolescentes.

Las y los adolescentes pueden decidir tener relaciones sexuales pero cuando se trata de personas con mucho más edad, con trayectorias y experiencias de vida de 30, 40, 50 años o más. ¿Se puede hablar de consentimiento?

La cosificación de los niños, niñas y adolescentes aprovechándose en su vulnerabilidad social, de su desarrollo y su fragilidades psíquicas son una forma clara de vulneración de sus derechos.

Los hebéfilos -personas que se sienten atraídas sexualmente hacia niños y niñas mayores de 11 años- muchas veces cuando atacan utilizan estos artilugios y estos sitios que están acreditados por la complacencia social.

Su deseo criminal está sostenido no tanto en el rango etario sino en la apariencia que tiene el niño, la niña durante su desarrollo físico. Les interesan los cuerpos puberales.

La preadolescencia y adolescencia por su propia fragilidad típica del desarrollo psíquico es muchas veces fácil de engañar por este tipo de pederastas que van llevando adelante una "cacería" que deja al adolescente a merced de su lascivia.

Me pregunto qué vamos a hacer con esta avanzada sin igual para bajar la edad de consentimiento, proclamar como genuino el amor hacia los niños y niñas que reclaman los pedófilos del mundo y naturalizar las publicidades y los sitios perversos entre tantas otras llamaradas.

¿O será como dice Butler que asistimos a una especie de solipsismo donde si la mira telescópica no apunta a nuestra propia frente no vamos a hacer ni decir nada de nada?.

Por Sonia Almada, psicoanalista; magister en Violencias contra la Mujer y el Niño (Unesco); presidenta de Aralma, asociación civil que trabaja contra las violencias; y autora de "La niña del campanario", "La niña deshilachada" y "Me gusta como soy", entre otros trabajos.

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