La creciente demanda del cashmere, anteriormente considerado un artículo de lujo, ha desencadenado una serie de consecuencias preocupantes en Mongolia. No todo el cashmere posee la misma calidad, y la falta de transparencia en los procesos de obtención plantea interrogantes sobre la honestidad de algunas marcas.
Durante los últimos años, en Mongolia el principal problema es la desertificación, ya que más del 53% del suelo se ha degradado en la última década debido a la demanda creciente del cashmere. Este tejido exclusivo, se ha vuelto muy demandado a cualquier precio.
En 2022, el mercado del cashmere fue valorado en 3.500 millones de euros, y se espera que alcance los 5.000 millones en 2030. Sin embargo, la producción masiva ha llevado a la degradación del suelo y a condiciones insostenibles para las comunidades nómadas que dependen de la cría de cabras de cachemira para su sustento.
La monopolización de la industria del cashmere, liderada por empresas chinas, ha exacerbado la situación. En Mongolia, donde actualmente hay 27 millones de cabras de cachemira, casi ocho por habitante, no hay suficiente tierra para criarlas de manera sostenible. Aunque la producción de cashmere contribuye a conservar tradiciones y proporciona ingresos a las comunidades locales, la creciente demanda y la explotación del recurso han llevado a condiciones ambientales peligrosas y a la amenaza de supervivencia para los habitantes de Mongolia.
La paradoja de que una materia prima pueda ser fuente de desarrollo social y humano mientras destruye el ecosistema de un país destaca las contradicciones de la industria de la moda. Asimismo las grandes producciones en poco tiempo que se rigen en el sistema capitalista, pone en evidencia la explotación y maltrato animal en el que las cabras se encuentran inmersas.