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REDES SOCIALES

Agustín Valle: "Vivimos con terror a la des-existencia conectiva"

En su ensayo "Jamás tan cerca" el docente de Flacso reflexiona sobre el uso de la tecnología y las subjetividades construidas en un medio del que es imposible escapar.

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La humanidad que armamos con las pantallas y vivir cada experiencia como un “medio” para otra cosa son los dos grandes temas que Agustín Valle aborda en su libro “Jamás tan cerca”, un ensayo que reflexiona sobre el uso de la tecnología y las subjetividades construidas en un medio del que es imposible escapar; un recorrido por la compulsión conectiva y el apego encandilado a las pantallas y las redes sociales, bajo un tejido histórico que incluye la clásica alienación religiosa y la opresión del sistema capitalista.

El filósofo Gilles Deleuze decía que todas las épocas de la historia estuvieron regidas por un universo religioso, y que dentro de este se pueden identificar corrientes de ateísmo que fluyen y a su vez generan movimientos o desplazamientos respecto a lo dispuesto por los parámetros dominantes. Nuestra religión, dice Valle, es la "mediósfera". Una gran burbuja mediática constituida por las pantallas, los clics, los medios de comunicación, las redes sociales, el WhatsApp. Así, las pantallas son el propio medioambiente en el que existimos. Una temporalidad que hay que seguir y perseguir, en la que la carrera contra el tiempo en pantalla es una batalla perdida de antemano.

Subimos una storie que se evapora en 24 horas. Subimos otra para reemplazar la que ya desapareció. Imágenes de plenitud, prístinas, claras y bajo ciertos regímenes y parámetros de belleza. La "mediósfera" hereda un linaje religioso, con atributos del cielo: es incorpórea, luminosa y detenta la verdad. Nos sacrificamos en el presente para alcanzar algo de esa quimera. Es la esfera omnisciente que sabe todo sobre nosotros: tiene más poder de verdad y de realidad que nuestros propios cuerpos.

Sobre estas y otras preguntas Télam conversó con el autor, Agustín Valle, profesor en la Diplomatura en Gestión Educativa y coordinador del seminario Subjetividades mediáticas y educación en Flacso. La charla sucede con el grabador del celular mediante.

-Télam: Hay dos ideas que rigen todo el libro. Una es la de "mediósfera", y esto de que las vidas para existir tienen que conectarse, y la otra es la noción de "actualidad". ¿Cómo podemos profundizar sobre estas ideas?

-Agustín Valle: Claro, rigen el libro y nos rige a nosotres. Estas dos nociones recuperan algunas lecturas. Una del italiano Bifo Berardi, sobre todo la palabra mediósfera; y la idea de Actualidad es una de las más personales en el libro, pero también remite a lecturas que hice de Paula Sibilia. Me pareció útil pensar en un tipo de temporalidad que nombra el ahora pero no merece ser llamada "presente”. Una idea de (Paul) Virilio también es muy clave, que cuenta que a partir del nacimiento de la prensa moderna, los diarios empezaron a llegar en simultáneo a regiones remotas entre sí que vivían en tiempos distintos, como puede ser París y un pueblo chiquito de Francia. Ahí, dice, nace la contemporaneidad: las personas empiezan a ser más habitantes de su tiempo y menos de su espacio. Esa instancia temporal pasa a ser el ambiente en el que vivimos, que no hizo sino desarrollarse desde entonces. Hay un tiempo dominante, un tiempo que sujeta a los cuerpos, un dispositivo de temporalidad que yo llamo Actualidad. Y se distingue del presente porque en el presente estamos nosotros, es nuestro; el presente es algo que está ante alguien como un regalo. El presente es el tiempo de la presencia y la Actualidad es lo que ya está en acto, y es como es. Y ante el tiempo de lo que ya está en acto, lo que nos queda es adaptarnos, y perseguirlo. Y queda borrada nuestra capacidad creadora y de intervención. De un lado quedamos más alienados, y del otro tenemos una posición más activa, protagónica y más potente. En este cruce están los medios de comunicación, que evolucionaron de tal manera que ofrecen un continuo temporal. No solamente median entre puntos sociales, sino que constituyen el medioambiente de existencia contemporáneo. Vivimos en un ambiente mediático, y la mediósfera, en su sentido hegemónico, es el gran operador de la actualidad. Esta temporalidad que hay que seguir y perseguir, la temporalidad que hace máquina de ciertas morales del capitalismo contemporáneo que están ligadas al rendimiento y al productivismo. Rendir lo más posible y así los cuerpos se queman, se explotan, se deprimen, entran en pánico. Cunde una especie de lado B del ánimo, salvajemente negado por el imperativo de felicidad.

-T: ¿Los seres humanos podemos hacer algo frente a eso? ¿Tenemos alguna capacidad activa para intervenir?

-A.V: Diría que sí, creo que hay que ser cautos con el exceso apocalíptico. Todos los sistemas de dominación han tenido eficacia y a su vez fueron desbordados por las formas de la vitalidad, que van mutando y que lo derrama. Daría por sentado que las formas de temporalidad y espacialidad propias del capitalismo conectivo no tienen un poder absoluto. Dar crédito y explorar, abrir el interrogante. En términos de consciencia creo además que sí hay registro: gente que está a mil y aun así está desbordada, exhausta. Hay una epidemia del mal dormir, malestar. Gente que se va de vacaciones y siente que no descansó porque estuvo en la misma frecuencia conectiva, en el mismo patrón temporal que durante todo el año. Estar en la playa sólo adopta sentido cuando se publica en la mediósfera. No digo que no haya nada real en nuestras redes conectivas, incluso puede haber un montón de encuentros y de presencia ejercida en esas redes. Pero hay un problema si a priori algo que vivimos en el espacio presente, para terminar de ser real, tiene que alcanzar esa mediósfera.

-T: Vos planteas que la verdad ya no está en nuestros cuerpos, sino en nuestros reflejos, en las abstracciones fetichizadas. ¿Podes profundizar en esto?

-A.V.: Son nuestros reflejos y son uno, y otro, y otro, y otro. Nunca alcanza porque la velocidad de actualización semiótica es tan alta que el olvido es necesario para vivir en este ambiente mediático. No digo que las imágenes sean malas en sí mismas. El judaísmo ya advertía sobre los riesgos de idolatrar las imágenes, pero no de gozarlas, de disfrutarlas. Ver imágenes donde nos vemos bien es tranquilizador, porque testear cómo estamos anímicamente es mucho más complejo. Es una especie de atajo existencial: quedarnos tranquilos con que la imagen está bien y pasar un día más. En la mediósfera sé cómo me veo, qué me gusta y cómo me defino. En las imágenes no hay dudas, ambivalencia ni contradicciones. Como si fuese una especie de contragolpe del yo. Un contragolpe sin la hondura que tenía el yo moderno y liberal que es coherente, integral y muy profundo. Es una tranquilidad efímera, entonces es una tranquilidad hiper nerviosa, que dura poquísimo. El culto al cuerpo es el culto a la imagen que somete al cuerpo a regímenes muy dolorosos e imperiosos. E insoportables.

T: El libro plantea una idea general: que vivimos las cosas como medio para otra cosa diferente, que siempre hay algo por delante. Y hablás de recuperar la capacidad de atravesar las experiencias, la noción de "presentificación". ¿Tenemos la capacidad de salirnos de ese modo de vivir?

A.V.: La presentificación es el modo en donde las experiencias re-intensifican el presente, donde el presente recupera su preponderancia existencial y cierta soberanía sobre las intensidades. En la mediósfera perseguimos las intensidades: las consumismos, las esperamos. Más que instaurarlas, más que surgir de nuestra presencia y nuestra praxis. Si la mediatización es la tendencia a vivir todo como medio para otra cosa, la principal víctima es el presente como espacio donde podemos ser autores de intensidades deseables. La presentificación sucede cuando el presente recupera su potestad soberana sobre la existencia. El feminismo, por ejemplo. El slogan "el presente es feminista" es una genialidad política y literaria. La presentificación recupera el pasado y el futuro como dimensiones nuestras. Las presentificaciones pueden ser de escalas diversas, grandes o pequeñas, y pueden incluso disponer de los artefactos tecnológicos. Hay tendencias opresivas y también tendencias emancipatorias, yo no me atrevo a profetizar, pero dudaría que con darnos cuenta alcance. Pensaría que hay que organizar intensidades mejores para vencer esa forma de organizar la vida. Encuentros, prácticas, lazos y redes que entrenen a los cuerpos en modos de experimentar la intensidad deseable que no sean los que ofrecen y reproducen estas máquinas, orquestadas además por empresas privadas que persiguen el lucro.

T: En este libro sugerís, de modo retórico, que el miedo a la muerte quedó atrofiado por el terror a la des-existencia en términos conectivistas. ¿La mediósfera es más potente y arrolladora que la misma muerte?

A.V.: Si tuviera que arriesgar, la mitad de los conductores miran el celular cuando maneja. Las personas manejan vehículos que pesan 3 toneladas mientras miran el celular. Hay algo de la tracción de la mediósfera que tiene un poder tal que sí, ahí nos olvidamos un poco del miedo a morir. Desatendemos las fragilidades que tiene la potencia de la vida por un terror a la des-existencia, a quedarte afuera, a no existir más en términos conectivos. La vida biológica sin existencia conectiva. Te caíste de la red, fuiste, sos un paria. Estás de pie, pero estás muerto.

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