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LITERATURA

Noemí Cohen: "Escribir novelas fue un bálsamo para aliviar el dolor de una diáspora que no cesa"

"Escribir es intentar entender, es mirar hacia atrás aunque no quieras", dice la autora de la novela "Los celebrantes", que reconstruye la historia de Armando y Julia, excombatientes revolucionarios, para indagar en su pasado y en las limitaciones del libre albedrío.

noemi cohen

Como un fresco de época en el que se desenvuelve el relato testimonial de unos personajes exiliados de sus vidas anteriores, la novela "Los celebrantes", de Noemí Cohen, reconstruye la historia de Armando y Julia, excombatientes revolucionarios, para indagar en su pasado y en las limitaciones del libre albedrío: "Escribir es intentar entender, es mirar hacia atrás aunque no quieras", dice la autora.

Cohen nació en Buenos Aires, es abogada y escritora. Exiliada en México durante la dictadura militar, reflexiona en su obra sobre la problemática del destierro. También autora de ensayos sobre temas sociales, se dio a conocer en el mundo literario con la novela "Mientras la luz se va" (Losada, 2005). También publicó "La esperanza que no alcanza", un relato testimonial sobre la década del setenta y "Miré atrás sin querer", una trama a dos voces entre una paciente y una mujer ucraniana quien, después de la caída del muro, migra a Buenos Aires en los tiempos de la gran crisis del 2001.

De qué se trata la novela

Con una serie de monólogos intercalados, "Los celebrantes" reconstruye la experiencia de Julia y Armando. Mientras él reflexiona acerca del precio que debió pagar por su vida junto a, y a la sombra de, Juan Ferrara, el que alguna vez fue candidato a cargos destacados en la política, para terminar traicionado y olvidado por la misma maquinaria de poder, ella evoca un clima de militancia y amores, pero también los engaños de los cargos públicos.

"Ellos están confinados, desterrados, una en México y el otro en Sicilia. Nosotros hablamos de cuarentena, en otros lugares dicen confinamiento, actualizamos esas antiguas acciones para referirnos a lo mismo, al encierro dentro de un límite. En Roma, se usaba como sinónimo de destierro, castigo al que era muy afecto el poder imperial", cuenta Cohen con un razonamiento que emparentó pasado y un presente pandémico. "Ellos son dos desterrados, en sentido literal. También exiliados de sí mismos, de un ideal en el que se forman y que no abandonan como identidad, como valor moral, aunque que vivan de acuerdo al aire de los tiempos, como repite otro de los personajes que cambia su lucha sindical por una lujosa boda adornada con candelabros y un cisne de hielo", cuenta la autora sobre la identidad de los personajes principales.

Foto Alejandro Santa Cruz
Foto: Alejandro Santa Cruz

- ¿Cuánto escribiste "Los celebrantes"? ¿Cómo trabajaste el texto y su edición?
- La novela se llama "Los celebrantes" porque intenta describir a través de las celebraciones el cambio de los personajes y su entorno político y social. La fui escribiendo a lo largo de siete u ocho años. Tenía un texto terminado, con trama y final cerrado, pero como recoge experiencias reales en personajes ficcionales, cuando escuchaba o recordaba algo y lo asociaba a mis protagonistas y a las personas que circulan por el libro, entonces volvía al archivo y anotaba, a veces anotaba en una libreta bajo el encabezado: "Para cele". Mientras escribía otros textos- dos novelas y notas- cada tanto volvía a él para hacer algún cambio.

-¿Y cómo terminó de cerrar esa historia?
-Cuando comenzó la pandemia y nos encerramos, decidí terminarla. El trabajo de escritura es de encierro y soledad, quiero decir que estaba acostumbrada, que no era un gran cambio estar encerrada en mi casa, frente a la ventana, con mis ojos que alternan la mirada entre el teclado y el color del cielo. La diferencia inquietante era que estábamos amenazados, no se veía la luz al final del túnel, y a veces me preguntaba si no sería el fin de la humanidad. Me sentaba todas las mañanas después de revisar el avance de la Covid en el mundo, corregía con una mordida en el estómago, con desesperación y mirando el reloj. No debía estar más de 3 horas en ello, cuando pasaba ese lapso sentía un alivio, momentáneo. Marguerite Duras dice "Escribir a pesar de todo, pese a la desesperación". La edición estuvo a cargo de un colega de El bien del sauce, Eduardo Cormick, con quien pudimos vernos en una plaza cuando empezó cierta apertura.

Foto Alejandro Santa Cruz
Foto: Alejandro Santa Cruz

-El relato está articulado alrededor de la memoria. ¿En qué medida creés que los mecanismo de la ficción y los de recordar están emparentados?
La memoria de lo vivido o imaginado es la sustancia de una novela. No creo en un ángel inspirador, es un trabajo de constancia y de obsesión, en el sentido de relacionar cuestiones diversas con el tema sobre el que escribes. Revisé lo vivido en los setenta por una parte importante de nuestra generación. El proyecto revolucionario, por denominarlo de algún modo, después del triunfo de la Revolución Cubana, fue una posibilidad que se expandió en casi todos los países de América y Europa; porque también en Estados Unidos hubo grupos de lucha armada, Philip Roth ha escrito sobre esta cuestión.

-La novela matiza mucho a personajes que militaron en los setenta, hay cierta desacralización más allá de los ideales y de la práctica. ¿Por qué te interesó trabajarlos desde esta óptica?
-Escribir es intentar entender, es mirar hacia atrás aunque no quieras. En ese mirar ves que hay claroscuros, que hubo ideas y convicción de que era posible acabar con la injusticia y que la guerrilla era el camino. No fueron héroes, eran personas con ideas, amores prohibidos y debilidades, apunto hacia allí, tal vez sea una desacralización, una conjura hacia los fantasmas que nos rodean al escribir y que a veces nos susurran que aún hay esperanza.

- La novela da cuenta de distintas formas de ejercer una profesión. ¿Por qué creés que la carrera de abogacía es para quienes querían la revolución, la que estudian los que llegan a presidente y también una suerte de comodín gris para garantizar una existencia?
-La ficción y el pensamiento teórico ayudan a comprender, a valorar lo bien pensado y actuado, a ver cuando empieza lo malo y a enderezar hacia otra ruta. No se confiaba en la democracia, pero finalmente ese era el camino, sin pasión revolucionaria, con dificultades y retrasos. No podemos hablar de saldos históricos, y menos aún en relación a las víctimas del régimen de terrorismo de estado. Armando Tejedor no es un gerente, es un militante enamorado de su jefe político, un gran narcisista que trata de no enterarse del amor del otro. Armando primero es lugarteniente y después un ejecutor- sin decisión- de las ansias del jefe. Ambos tienen una sólida formación política y el poder político, sindical y empresarial los necesita. Entresijos de componendas y traiciones convocan a otros personajes, no importa de dónde vienen. Los necesitan como comunicadores, escribas de sus discursos o armadores de acuerdos oscuros.

Foto Alejandro Santa Cruz
Foto: Alejandro Santa Cruz

-¿Creés que a partir de la ficción se pueden explorar o saldar mejor las cuestiones o paradojas que la historia y la política no han podido resolver sobre los setenta? ¿La ficción nos deja llegar mejor a esos puntos ciegos?
-Hace un siglo atrás la inmigración fue una llamada de los países de América que se habían organizado como repúblicas nuevas y tenían materias primas que necesitaba de la mano de obra para ser extraídas y vendidas al resto del mundo, otra forma de globalización. Los barcos salían de Europa iban al puerto de Nueva York, otros enfilaban al sur, a Santos o Buenos Aires. Esta última, ciudad-puerto de un país rico y despoblado, fue la meta de italianos, españoles, árabes y rusos; de judíos, cristianos y ateos. Solo se requería ser trabajador, pacífico y aceptar las condiciones siempre injustas del naciente capitalismo. No todos aceptan, hay luchas, expulsiones y personas que nunca renuncian a la justicia y transmiten este valor a sus descendientes; muchos de ellos son los que al final del siglo XX deben partir al exilio haciendo el camino inverso de sus abuelos.

Con esta historia crecimos, alimentamos una diáspora que no cesa y que nos lleva a buscar formas de aliviar el dolor que nos causa. Escribir mis novelas fue uno de los bálsamos. Esta es la razón que me llevó a dejar el ensayo, género a través del cual expresé por razones profesionales mis ideas y optar por la narrativa.

-La inmigración, el desarraigo y el exilio son un hilo conductor en los libros que escribiste a lo largo de los años. ¿Partís de una mirada preconcebida sobre los temas o los personajes y sus historias iluminan nuevas hipótesis sobre estos temas?
-Como otras, "Los celebrantes" es una novela que se enmarca en ideas, que podrían haber sido expuestas en un ensayo, traté de contar una historia con personajes controvertidos sobre cuestiones que aún estamos lejos de saldar. Con desencanto, con dolor, con una mirada ajena, los personajes que circulan por el libro también son celebrantes. Tal vez sea indulgente, pero aprendí de Humberto Costantini, que uno debe quererlos para poder escribir sobre ellos.

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