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Historias de por acá

Cincuenta años después, sigue fresco el recuerdo de aquellas noches del Lobizón de Barriales

Fue una especie de psicosis vivida a principios de la década del '70. Apariciones, gallinas y conejos muertos y sin sangre, aullidos y sombras, tuvieron en vilo a la zona Este de Mendoza y a casi toda la provincia.

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Llamaron a un dibujante para hacer un identikit, guiándose con los relatos de quienes decían que lo habían visto. El dibujo dio un resultado extraño, espantoso. Cuerpo de un caballo chico, patas de cabra, alas como las de un murciélago que le salían del lomo, orejas puntiagudas y una cabeza con hocico alargado, como el de un oso hormiguero.

La imagen era ridícula, grotesca, pero fue la única que hubo de “eso” que, por meses, desveló a los habitantes de la zona y hasta a los medios de Mendoza. 

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Identikit del lobizón publicado por diario El Andino.

El vampiro de Barriales lo llamaron algunos. El lobizón de Barriales lo bautizaron otros, quizás influidos por radioteatro que se escuchaba en la provincia por esos días de 1971.  A pesar que han pasado ya más de cincuenta años, todavía se recuerda aquellas noches en donde este bicho dejaba sus señales en ese pueblito de Junín.

Barriales era en esos años un lugar perfecto para que crecieran estas creencias. Sus virtudes eran, y siguen siendo, un cementerio centenario junto a una ciénaga, muy cerca de un poblado pequeño de costumbres rurales, donde las leyendas crecen y las costumbres de los pobladores originarios se mantienen frescas.

Todo comenzó cuando comenzaron a aparecer algunas gallinas muertas, colocadas en círculo y sin una sola gota de sangre en sus cuerpos. Cuentan algunos también aparecieron conejos y hasta perros, secos y dispuestos sobre la tierra de la misma manera.

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Por añadidura, surgieron los relatos de supuestos avistamientos, que sostenían que se veían sombras que corrían en medio de la noche, aullidos, luces que aparecían, en donde solo había viñas o donde todo era un yuyal.

Los pobladores se terminaron dividiendo en dos grupos: Los más optaron por no salir de noche o, al menos, no circular durante las horas oscuras por las áreas en donde habían sido vistos estos fenómenos. Los menos, organizaban batidas por la zona, tratando de encontrarse al espectro.

La creencia llegó a ser tan fuerte que cualquier cosa que ocurría por allí y que no podía explicarse claramente, se le atribuía al lobizón

La psicosis atravesó fronteras y fenómenos parecidos ocurrieron el Beltrán, en Rodeo del Medio y en Rodeo de la Cruz. El Este parecía ser un territorio donde el bicho se reproducía con facilidad.

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La aparición de gallinas muertas era, para muchos, obra del temible lobizón.

Tanto era el escándalo en Barriales, que algunos periodistas de medios mendocinos organizaron partidas en algunos atardeceres. Juan Carlos García, Germán Bustos Herrera, Alberto Atienza, Juan Atienza y Roque Grillo fue uno de esos grupos.

Alberto "El Perro” Atienza, entrañable periodista ya fallecido, contó tiempo después: “Caminábamos por entre un rumor permanente de aves que se inquietaban al percibir nuestros pasos. Llegamos a un sector donde de pronto nos asaltó un pesado silencio. Todos lo pensamos. Nadie lo dijo. Si ahí no vivía ni un solo pájaro es porque estábamos cerca de la cucha del vampiro. Entonces uno de los expedicionarios sacó un crucifijo que llevaba entre sus ropas. Otro, más pragmático y no tan sugestionable, se abrió paso con una Smith & Wesson calibre 38. García se echó al hombro la cámara. Bustos Herrera, apodado Filet de víbora, porque era muy flaco, puso en infinito la lente de su Asahi Pentax. Y, cosa de no creer, cosa de volverse loco, el vampiro no apareció”, contó el Perro, dando su testimonio en el libro Mitos y leyendas del Vino Argentino, de Natalia Páez.

Roberto Pereira, vecino esteño, vivió esos años siendo un niño. En su memoria guardó una experiencia personal: “Yo tenía 10 años. Con mi padre y mis hermanos fuimos una vez a una finca, a cosechar fruta, que era de una señora conocida, que nos vendía la fruta a muy buen precio. Yo era muy curioso y vi, que medio metida en la finca, había una casita de madera, chica. Yo le dije a mi papá que me iba un rato a la casita, pero mi padre no me dio permiso, pese a que pocas veces me negaba algo. Me lo prohibió rotundamente. Pero aproveché un descuido de mi papá y fui. Había dibujos hechos con sangre, un cuchillo, un sable y algunas velas e imágenes pegadas en las paredes que daban miedo. Salí rápido de ahí y no dije nada, hasta que llegamos a mi casa y ahí le pregunté a mi papá que era eso. Nunca me explicaron bien de qué se trataba”.

Puede ser que esto haya tenido relación con el lobizón. Puede ser que no y que haya sido solo coincidencia de tiempo y lugar. Lo cierto es que hallazgos como las de aquel niño eran frecuentes en esos días.

Las apariciones, las sombras, las gallinas muertas, comenzaron a ser fenómenos que fueron espaciándose con el tiempo, hasta desaparecer 

Algunos sostuvieron años después que todo se trató de un grupo de jóvenes bromistas, que armaban estas puestas en escena para asustar a los vecinos y divertirse con la creación del mito.

Hoy dicen que ya no se ven, pero aún la mayoría evita caminar de noche por la ciénaga, pese a que ya se ha secado.

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