En voz alta
En un mundo donde la inmediatez y el impacto parecen dictar el ritmo de nuestras vidas, me encuentro reflexionando profundamente sobre el papel que nosotros, los medios y periodistas, jugamos en la sociedad. ¿Cuándo nos convertimos en vehículos del odio, la descalificación y el caos? Aunque a veces queramos desviar la mirada, la realidad es que lo que sucede en nuestra sociedad se refleja, se amplifica y, en muchos casos, se distorsiona a través de nosotros. Las redes sociales exponen, nosotros legitimamos.
Nos encontramos en un punto crítico, en el cual el sensacionalismo y la polarización parecen haber tomado las riendas, dejando en segundo plano la responsabilidad de informar con objetividad y profundidad. Este no es un llamado a la censura, sino a la introspección; a cuestionarnos cómo nuestras palabras, nuestras historias, pueden moldear realidades, influir percepciones y, en última instancia, definir el tejido social en el que todos coexistimos.
"El que se vayan todos" es un grito que resuena en las calles y en las plazas, un clamor por un cambio radical. Sin embargo, este llamado también nos incluye. Nos invita a revisar nuestras prácticas, a replantear nuestro compromiso con la verdad y con la sociedad a la que servimos. Es tiempo de mirar hacia adentro, de reconocer nuestras falencias y trabajar incansablemente para ser no solo transmisores de información, sino constructores de puentes, promotores de diálogo y, sobre todo, guardianes de la paz.
Hoy, más que nunca, es imperativo que reflexionemos sobre el impacto de nuestras palabras y acciones. Es momento de preguntarnos, ¿estamos contribuyendo a un mundo mejor? La respuesta y la responsabilidad recaen en cada uno de nosotros. Que este sea el inicio de un cambio, uno que nos lleve de vuelta a la esencia del periodismo: informar con integridad, promover el entendimiento y proteger la democracia. Porque al final, lo que está en juego es mucho más que nuestra credibilidad; es el futuro de nuestra sociedad.
