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Historias de por acá

El cansancio de los pobladores rurales ante la campaña y las elecciones

Un caso testigo de varios, quizás de la mayoría de las familias rurales de Mendoza. Tal vez también de muchos que irán a votar el próximo domingo. Entre el agotamiento y la desilusión. 

campana política - San Martín

─Pasan por casa una vez cada dos años y listo, no vienen más y la vida sigue como siempre, esa es la verdad. Antes me enojaba con esta gente, pero ahora ya ni eso. Tengo setenta y dos años y ya no me enojo por estupideces. Ahora me dan lástima estos pavos, que creen que nos van a engañar siempre. Pero la gente no es tonta, tiene mucha paciencia, a veces demasiada, pero no es tonta. Un día se les va a terminar el chorro a todos estos y van a ver lo que es bueno.

José Ramiro Montenegro dice esto y apunta con la pera a los carteles que se abarrotan en la esquina, en las cuatro esquinas. Son decenas de caras sonrientes.

─¿Los ve? Se ríen, todos se ríen. No sé de qué carajo se ríen─ dice. 

campana política - San Martín
El centro de San Martín luce plagado de cartelería con la oferta electoral. 

Don José vive en la zona de El Ñango, en una finca que supo de épocas mejores. 

─Ahí viví casi siempre, desde los 38 hasta ahora. Y ahí me voy a morir, ya está jugada la cosa.

Está en el centro de la ciudad de San Martín, porque vino a hacer un trámite en el PAMI y a pasar por el banco. Vino solo, porque dice que “todavía estoy sano y puedo caminar sin ayuda. Cuando se ponga peluda la cosa, tendrá que acompañarme alguno de la familia”.

campana política - San Martín
Imposible no toparse a cada paso con las sonrisas impostadas de los candidatos. 

Está mirando hace un rato los carteles que, abarrotados, están en las cuatro esquinas de 25 de Mayo y Alem, la misma en donde está el palacio municipal.

Dice que ya han pasado por su casa. 

─Siempre pasan a ofrecer llevarte el día de las votaciones a la escuela donde uno vota. Pasan haciéndose los simpáticos, pero después… no pasan cuando tenés que llevar a los chicos a la escuela, cuando se enferma alguien en la familia, cuando se terminó el gas y hay que ir a comprar una garrafa, cuando hay que conseguir leña… Son todos vivos estos que ahora están ahí, sonriendo. 

Las cuatro esquinas están saturadas de cartelería, de caras simpáticas, con mucho photoshop que borre cualquier imperfección.

─Todos estos tienen ahora que tienen la solución. Y decían lo mismo hace dos años, hace cuatro años… siempre dijeron lo mismo. Y acá estamos, recagados, como siempre…

En esta esquina la molestia de José Ramiro Montenegro está sobradamente justificada. La superabundancia de cartelería proselitista es ofensiva, casi obscena.

 ─Yo ya no estoy obligado a ir a votar pero, si estuviera, tampoco iría. Esta vez no iría. ¡Ya me cansaron todos estos!

─¿Y entonces qué hay que hacer, don Montenegro?

─No sé. Pero, para mí la democracia no es el problema. El problema es la gente que quiere vivir de la democracia. Eso es.

─Póngase ahí, don Montenegro, y le hago una foto con los carteles.

─¡Ni en pedo! Yo no me saco fotos con ninguno de esos. Además, ¡andá a saber si después me buscan para pasarme factura por las cosas que pienso…!

José Ramiro Montenegro se va rezongando. Es un botón de muestra, apenas. Es un hombre incómodo, cansado, desilusionando. Hay muchos como él, que dicen casi lo mismo. 

Hay que escucharlos, nomás. 

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