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Historias de acá

Perros urbanos, rurales y cimarrones en Mendoza, un problema que se agrava y enciende la alerta

Aquel que fue llamado el mejor amigo del hombre, se está convirtiendo en un grave problema por responsabilidad del mismo hombre. Este mes el ataque de una jauría a un niño de 5 años en Rivadavia aumentó la preocupación. Ya no son hechos aislados y hasta la grave afectación de actividades económicas es cada vez más fuerte. Un drama que todavía no se asume completamente.

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Hay unos 30 millones de perros con dueño en la Argentina. El 66% de la población tiene al menos uno, según estadísticas de organizaciones mundiales. Hasta allí, todo bien. El problema surge cuando los perros no tienen dueño o no son atendidos como corresponde. A esos 30 millones, hay que sumarle la población de perros callejeros en el ambiente urbano y a la gran cantidad de perros cimarrones o asilvestrados que vagan por la periferia y la zona rural. 

Lo grave es que la alerta recién se activa cuando se producen ataques contra las personas, el ganado y otras especies domésticas o autóctonas. En algunas zonas del país, como Tierra del Fuego, la situación es tan grave que está afectando la economía de la provincia y generando una crisis social. Mendoza también es parte de esta realidad, pero esto solo se visibiliza cuando se producen ataques que con consecuencias graves. Y esto ocurre periódicamente. 

Ajustando un dicho popular y según los que trabajan en el tema, el problema no es el perro, sino el que no le da de comer. 

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En la zona urbana muchos perros son “adoptados”, pero con límites. 

El origen desde la urbanidad

En el centro de las ciudades y en los barrios más cercanos a él, los perros callejeros no son tantos o, al menos, no se reúnen en manadas. Acomodados a las costumbres humanas, rondan por donde saben que conseguirán comida y establecen sus rutinas. Además, los departamentos de zoonosis de las municipalidades los castran y mantienen cierto control sobre la población.

En las fronteras de las ciudades la situación comienza a complicarse. Los controles de natalidad estatales no llegan a los barrios periféricos o no lo hacen con la frecuencia necesaria, la población canina, con y sin dueño, es mayor. Los perros callejeros sobreviven de los residuos vecinales y comienzan a merodear los basurales clandestinos y oficiales en busca de comida. Allí comienzan a formarse las jaurías y, muchas veces, a incursionar en la zona rural buscando alimento.

A esta población también se le suman los cachorros que han sido abandonados por sus dueños en las zonas rurales a la vera de las rutas, carriles y callejones.

Los puesteros y crianceros mendocinos ya han comenzado sufrir la pérdida de ganado por la incursión de las jaurías. 

Los senderistas, aquellos que disfrutan de los paseos por el piedemonte y las primeras montañas andinas, se cruzan con jaurías. En Mendoza ya hay registros de ataques a humanos de estas manadas. 

En la zona rural

Lejos de las ciudades, las costumbres son otras. En Mendoza es común que en las fincas se decida tener más de un perro para tener mayor cuidado del lugar, pero también por tradición. Es frecuente que, en la familia urbana, cuando ha llegado una mascota que no se adapta o que los dueños ya no desean por algún motivo, alguien proponga: “Llevemos al Toby a la finca del tío Juan. Ahí va a tener mucho lugar para correr”. Pero, claro está, además de espacio, Toby necesitará alimento y atención y hay que ver si don Juan está en condiciones de dárselos. 

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En la zona rural los perros sin dueño marcan su propio territorio y son muy complicados de controlar.

Ya en grupo, los perros establecen su territorio. Bien cuidados, muy posiblemente se mantengan dentro del límite de la finca más allá de que esos límites no estén marcados físicamente o apenas tengan algunos hilos de alambre. Pero el territorio humano no siempre coincide con el animal y, muchas veces, los grupos de perros cruzan a las fincas linderas. Estos episodios no producen mucho más que una discusión entre vecinos, salvo que se produzcan ataques entre perros o hacia otros animales.

En estas zonas las situaciones más graves pueden darse con el ataque a algún tomero, al que los perros toman como invasor, o a algún otro trabajador rural.

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Jaurías en las zonas alejadas de la ciudad

Los controles de las áreas de zoonosis de las comunas no llega a las zonas rurales. Entonces, salvo que el dueño de los perros tenga la voluntad y la capacidad económica de hacer las castraciones con un veterinario particular, el control de la población suele ser de un modo más brutal: “Hay que ahogar a las crías antes de que abran los ojos, así no sufren”, suelen decir los pobladores. A veces la solución es más tremenda todavía. “Cada tanto sacamos a una perra preñada de los canales, a la que tiraron con una piedra atada en el cogote para que se ahogue”, cuenta algún tomero.

La frontera, otro problema

“Antes, todo esto era viña”, suelen decir los mendocinos. Y, más allá de que la frase se use en broma algunas veces, es una descripción perfecta del crecimiento de las ciudades. Por eso, hay muchas zonas en Mendoza donde la urbanidad limita con lo rural. A veces ese límite es una calle, un canal, una acequia o un simple alambrado. Allí las costumbres se enfrentan. Y esas costumbres involucran también a los perros.

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El ataque a un pequeño de cinco años despertó una fuerte reacción de los vecinos. 

Más allá de las responsabilidades y las circunstancias, que deberá determinar la Justicia, este fue el primer motivo por el que se produjo el último ataque de perros a un ser humano, el pasado lunes 10 de abril. Esta vez fue en el carril Moyano, entre Junín y Rivadavia, donde un grupo de perros que viven en una finca, atacó a un niño de 5 años, que vive en el barrio de enfrente, causándole lesiones graves.

Casos como este han sucedido otras veces y se repiten en forma periódica.

El comportamiento de los perros y las jaurías

Los perros responden a un líder. Un solo perro responde al humano que le da de comer y lo cuida. 

Con dos perros pasa lo mismo, aunque ya un ejemplar tendrá supremacía sobre el otro. 

A partir de allí, comienzan a comportarse como grupo y esto se potencia cuanto más perros lo compongan.  Aun respetando al humano que los atiende, si es que ese humano existe, hay un líder que marcará la conducta de la manada. 

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La pelea por el liderazgo, una situación clásica en el territorio animal. 

Poniendo como ejemplo una finca o una propiedad amplia, un perro solo estará siempre cerca de la casa, cerca del sitio donde le dan de comer, salvo que esté en la etapa de celo. “Esta conducta es igual en una pareja de perros, pero cambia cuando están en grupo”, cuenta el adiestrador canino Luis Amieva, concepto que repiten otras fuentes consultadas.

Cuando están en jauría, son pura naturaleza y la conducta es grupal. Funcionan igual que con los humanos. Eso se ve en las hinchadas, en las masas en general. Incluso hay un triste ejemplo cercano, el del crimen de Villa Gesell de Facundo Báez Sosa

Aunque es complejo manejarlos, cuando hay un humano que los alimenta y cuida, el grupo aún responde a él, salvo que estén exaltados por algún motivo.

Pero en el caso de las jaurías de cimarrones, los perros ya no responden al humano. Por el contrario, casi siempre huyen de él y, a veces, lo atacan.

“Si ve algo que corre, la jauría lo persigue y lo ataca. Es instintivo. Por eso, ante la cercanía de una jauría, lo peor es correr, porque uno se transforma inmediatamente en una presa”, dice el adiestrador. 

“Es difícil conservar la calma y mantenerse tranquilo, sin hacer movimientos bruscos, pero es la única manera para tratar de evitar un ataque”, sostiene.

Las jaurías de perros cimarrones han recuperado su instinto natural y se comportan como cualquier manada de caninos salvajes. Cazan por hambre, pero también por diversión y producen grandes matanzas de ganado y otras especies nativas.

Ataques a humanos

Si bien el problema nace en la ciudad, con la parición sin control de nuevos cachorros que después buscan la subsistencia fuera del ámbito urbano y se reúnen en jaurías, las zonas más riesgosas son las áreas rurales.

Los ataques a seres humanos en las zonas rurales de Mendoza, por el momento no han sido tan frecuentes.

Además del caso del niño en Rivadavia de los últimos días, el más reciente se produjo el domingo 1º de agosto de 2022. Ese día Claudia Clara Cáceres, de 52 años, falleció en la calle Pascual Sosa, del distrito de La Libertad, en plena zona rural del departamento de Rivadavia

Primero se le adjudicó su muerte a cinco perros de una finca cercana, ya que la mujer presentaba varias mordeduras. La investigación judicial y los estudios periciales posteriores permitieron establecer que la mujer había sufrido una descompensación cuando caminaba por allí y, luego, fue atacada por los animales. Aun así, la investigación todavía no está cerrada. 

Un caso similar, también en Cuyo aunque ya fuera de la provincia, se produjo la tarde del 2 de noviembre de 2021. Florencia Ledesma, una joven sanjuanina de 22 años, había salido a trotar en la zona rural del distrito de Albardón, cuando fue atacada por una jauría de perros cimarrones. Después de agonizar varias horas en el lugar, falleció.

Ataques múltiples 

Hay crianceros y puesteros mendocinos que sufren pérdidas de ganado, especialmente caprino, por el ataque de jaurías de perros cimarrones, a los que ahora llaman asilvestrados.

Incluso en el exzoológico de Mendoza hubo jaurías de perros que bajaron del piedemonte y atacaron a guanacos, llamas y ñandúes, que provocando una gran mortandad.

Pero no es Mendoza, todavía, de la provincia más afectadas por el descontrol de la población canina. Las provincias patagónicas son las más afectadas, desde hace años.

En Neuquén se han producido graves pérdidas de ganado ovino en los últimos tiempos. 

Tierra del Fuego es la zona más afectada y lleva años combatiendo los embates de las jaurías. Los perros que las componen llevan varias generaciones siendo salvajes, ya no tienen contacto con el humano y producen diariamente centenares de muertes en el ganado ovino de las estancias que se encuentran cercanas a las ciudades de Río Grande, Tolhuin y Ushuaia. 

Justamente en la periferia de estos centros poblados es donde comenzó el problema cuando, en los 70 y por la Promoción Industrial, comenzaron a radicarse nuevas familias en nuevos barrios. Sin control de zoonosis, la población de perros fue creciendo, las crías primero fueron perros callejeros y después comenzaron a formar jaurías y llegar a los campos.

Actualmente se estima que hay más de 25.000 perros salvajes o asilvestrados viviendo en los bosques y mesetas fueguinas. 

Tan grave es el problema, que hay crianceros ovinos que han abandonado la actividad y han comenzado a probar suerte con el ganado vacuno, menos expuesto a los ataques.

Como es casi imposible capturarlos con vida y castrarlos, los métodos de control son más violentos y se organizan partidas de caza, se ponen trampas y hasta veneno.

Las jaurías también han afectado el medio ambiente, ya que las especies nativas también son atacadas.

Prevenir

Quizás Mendoza esté a tiempo de prevenir, antes de que la situación se agrave. Más allá de mejorar y ampliar las campañas oficiales de esterilización a través de la castración, la responsabilidad principal es de los dueños de los animales, que deben asumir que en no atender la salud de su mascota y tener controlada su reproducción, terminará generando un problema de muy difícil solución y de gran riesgo. 

 

  • Nota: recomendamos ver el documental Perros del Fin del Mundo, del cineasta Juan Dickinson, en donde se hace un informe detallado y con gran cantidad de testimonios del caso Tierra del Fuego. Ver en el siguiente link:


 

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