Astronomía
El universo era apenas un bebé, escasamente 470 millones de años después del Big Bang, cuando se formó este agujero negro supermasivo, ubicado en una galaxia conocida como UHZ1, cuyo descubrimiento dejó sin palabras a los astrónomos. Es tan lejano que la luz ha viajado 13.2 mil millones de años para llegar hasta nosotros.
La búsqueda de este coloso cósmico requirió el esfuerzo combinado del Observatorio de Rayos X Chandra, el Telescopio Espacial James Webb (JWST) y un truco de la relatividad. La ubicación de UHZ1 más allá del cúmulo de galaxias conocido como Abell 2744 permitió que la gravedad de este último magnificara la luz de UHZ1 cuatro veces, lo que permitió a JWST discernir la luz de la galaxia y a Chandra detectar la radiación X emitida por el gas que gira alrededor del agujero negro supermasivo en su centro.
El descubrimiento apoya la teoría de que los agujeros negros supermasivos se forman a través del colapso gravitacional directo de una gigantesca nube de gas. "Hay límites físicos en cuanto a cuán rápido pueden crecer los agujeros negros una vez que se han formado", señala el astrofísico Andy Goulding de la Universidad de Princeton. “Es como plantar un árbol joven, que tarda menos tiempo en crecer a su tamaño completo que si se empezara con una semilla”, agrega.
En comparación, Sagitario A, el agujero negro supermasivo en el corazón de la Vía Láctea, tiene una impresionante masa 4.3 millones de veces la masa del Sol. Sin embargo, este descubrimiento sugiere que los agujeros negros supermasivos del Universo temprano son mucho más grandes y comunes de lo que se esperaba, planteando más preguntas sobre cómo estos objetos alcanzan tal magnitud tan pronto después del Big Bang.
La existencia de UHZ1 y su agujero negro supermasivo ofrece a los astrónomos una oportunidad única para estudiar estos misteriosos monstruos del cosmos y su impacto en la evolución de las galaxias.
