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Historias de por acá

El increíble partido de fútbol en San Rafael que parece un cuento de Soriano

Ocurrió el sábado 25 de agosto de 2012 en la cancha de Deportivo Goudge, en San Rafael, y sucedió tal cual se cuenta aquí por más que la historia parezca un cuento de Osvaldo Soriano. El partido tuvo todos los condimentos: héroes, antihéroes y creencias fantásticas.

El paetido maldito

El cuento más famoso de Osvaldo Soriano es El penal más largo del mundo. Pese a que el Gordo Soriano creó una historia que jamás había sucedido, su cuento fue tan impactante que después aparecieron varias personas que aseguraban haber estado allí, en la cancha, cuando sucedieron los hechos. “El penal más fantástico del que yo tenga noticia se tiró en 1958 en un lugar perdido del Valle de Río Negro, un domingo por la tarde en un estadio vacío”, escribió Soriano y después creó pueblos, equipos, personajes y situaciones tan bien contadas que, después, aparecieron los que aseguraban haber sido testigos de lo ocurrido y también se hicieran películas y se escribiera sobre ello en Argentina y hasta en España. 

Lo que sucedió el sábado 25 de agosto de 2012 en la cancha de Deportivo Goudge, en San Rafael, fue exactamente a la inversa. Fue la realidad transformada en cuento, uno tan bueno que hubiera merecido ser obra del Gordo Soriano. Hay que volver a vivir ese momento. En la cancha de Deportivo Goudge juegan Atlético Pilares Vida y Paz, un club nacido de una iglesia evangélica, que necesita ganar para consagrarse campeón de la Liga Sanrafaelina por primera vez en su historia. En cambio, su rival, el Club Social y Deportivo Constitución, lucha por no tener que jugar la promoción, esquivar el fantasma del descenso y escaparle a la muerte.

Van 46 minutos del segundo tiempo. El partido está cero a cero. Hay un tiro de esquina a favor de Pilares. Quizás sea la última jugada. “En la primera fase, con pibes que tenían entre 14 y 16 años, sacamos 14 puntos. Ahora, en la segunda fase, con la mitad del equipo formado por tipos que tenemos más de 40, sacamos apenas 3”, piensa Julio Osorio, volante por derecha de Constitución y también DT del equipo. Pero no es tiempo de pensar. Van 46 minutos del segundo tiempo, el partido se termina y los evangélicos buscan el gol en esa última jugada. Allá en la esquina izquierda, en los confines de la cancha, Gonzalo Rodríguez acomoda la pelota para ejecutar el córner.

Osorio sabe que ya está grande. A mitad del campeonato había decidido quedarse en el banco y dedicarse solo a dirigir, imaginando que podría así levantar el rendimiento del equipo. Pero no fue así. Apenas habían logrado tres puntos roñosos que no servían para nada. Entonces decidió volver a jugar, al menos los últimos tres partidos. Y ahora estaba ahí, esperando poder despejar el pelotazo en esa última jugada de ese último partido.

El paetido maldito
 

La pelota vuela hacia el área como un espectro

Osorio ya está grande. Tiene 39 años. En realidad, la mitad del equipo ya está grande. Sin ir más lejos, ahí está Fernando Castillo, el arquero, que ya tiene 46 y que mira cómo la pelota cae llovida. “Yo le dije a Castillo cuando llegó al equipo: Vos jugás aunque no estés entrenado”, recuerda Osorio. Es que Fernando es un buen arquero y lo había vuelto a demostrar en este último partido. Estaban cero a cero porque había atajado maravillosamente y porque, también es cierto, habían tenido una gran cuota de suerte. Pilares los había cagado a pelotazos.

A los 12 del primer tiempo José Gutiérrez le dio de volea, apenas por arriba del travesaño. A los 14, Castillo salvó con las piernas un remate directo. A los 27, Gonzalo Rodríguez le dio desde afuera del área y la pelota pegó en el poste derecho. A los 35, otro remate se fue cerca del palo. Dos minutos después, Ismael Millán encaró a Castillo con pelota dominada y el arquero le ganó la pulseada. Germán Cruz la agarró de media vuelta a los 43 y el veterano guardameta la sacó al córner con un manotazo agónico. Un cronista deportivo escribiría esa noche, resumiendo el primer tiempo: “Los jugadores de Pilares no estuvieron finos a la hora de definir y en otras ocasiones apareció la figura del legendario Fernando Castillo, atajando como en sus mejores épocas”. El segundo tiempo fue igual. Casi igual.

Viene el córner. Llovido. La pelota cae y pica en el suelo. Alguien la rechaza. Fue un despeje medio pifiado, como si estuviera maldito. “Eso es por los nervios y el cansancio”, piensa Osorio. Es que además de la edad del plantel, había otras razones que explicaban por qué estaban ahora rechazando desesperados la última pelota del partido. Entrenaban por la noche, después de que cada uno volvía de su trabajo. En San Rafael vivir del fútbol es una utopía. El equipo del Club Social y Deportivo Constitución estaba armado con albañiles, obreros rurales, electricistas. Trabajadores. Él, Julio Osorio, es celador en una escuela. Los que aparecían todas las noches para entrenarse lo hacían por puro gusto, por vocación, por disfrute. “Hay algunos pibitos, los de 14, los de 16, que vienen porque pueden tener un futuro en el fútbol. Pero el resto venimos porque nos gusta”, piensa. Había algunos que venían noche por medio o que solo aparecían un rato. Por ejemplo: Fernando Castillo era un excelente arquero, pero para sus 46 años la rutina del entrenamiento era mucho sacrificio y sus ausencias eran muy frecuentes. “Ahora les voy a decir: El que entrena juega y el que no, no”, les repetía Osorio.

El córner, el pique en el suelo, el despeje débil a los 46 del segundo tiempo. La pelota llega tímida y casual a los pies del delantero evangélico Jorge Contreras, que había ingresado 9 minutos antes. El Tanque Contreras hacía mucho que no jugaba. Entró solo para eso, para concretar el maldito gol. Malvado gol.

Los de Pilares estaban nerviosos. Sabían que el empate no alcanzaba. Monte Coman le estaba ganando como visitante a Villa Atuel por 2 a 1 y con ese resultado se quedaba con el campeonato. Y esa pelota que tenía en los pies el Tanque Contreras era la última. Ahora o nunca.

El Atlético Pilares tiene una vida deportiva muy joven. Fue fundado el 24 de abril de 2010, cumpliendo el sueño del pastor evangélico Víctor Doroschuk, cabeza del Tabernáculo de Vida y Paz, una iglesia que congrega a 6.000 fieles y que también es la dueña del colegio Redentor. En junio del 2011 salieron campeones en Primera B y ahora estaban a una patada de serlo en la A. “¡Les prohíbo que se quejen o insulten a los árbitros!”, les había dicho a los jugadores el pastor Doroschuk más de una vez. Julio Osorio está cansado. Hasta los 16 minutos del segundo tiempo había corrido y metido. Después él mismo, en su función de DT de Constitución, se mandó al banco e hizo ingresar al pibe Alcaya. Ahora veía cómo se moría el partido desde afuera de la cancha y cómo la pelota esperaba, mansa, resignada, el puntapié del Tanque Contreras. La última jugada. La macabra. “Los pibes nos van a salvar. Nos quedemos en la A o nos vayamos a la B, los pibes nos van a salvar”, pensaba. Él se iba a dedicar a entrenarlos, a hacer la vaquita para poder comprar pelotas, a pechar los conitos naranjas para los entrenamientos… Él le iba a encontrar la vuelta para seguir. Contreras le pega. Ahí va la pelota. Como un aire helado. El veterano arquero se estira. Ahí va, entre la mano de Castillo y el primer palo. Ahí se queda. Dormida en la red. “Los jugadores lo gritaron como si hubiese sido el gol de la final de una copa del mundo. Se abrazaron entre sí. Subieron al tejido olímpico para gritar con sus hinchas”, escribió a la noche el cronista. Pitó el árbitro Ribota. Pilares campeón. Constitución a la maldita promoción. Julio Osorio piensa que ya están grandes, piensa en las noches de entrenamiento, en la falta de plata, en que todos trabajan… Después recuerda: Cuando habían llegado esa tarde al vestuario encontraron una imagen de San La Muerte y dos velas negras encendidas. Todos se habían mirado sorprendidos. Alguien apagó las velas y tiró todo en un tacho de basura.

Osorio recuerda. Duda un instante. El sol está cayendo y ya se siente el frío. “Esta noche va a helar”, piensa Osorio, mientras sus jugadores salen de la cancha.

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