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Historias de por acá

La enorme generosidad de los que nada tienen

Siempre hay personajes entrañables y anónimos en los pueblos y los callejones. Son seres que han perdido todo y, aun así, siempre están dispuestos a compartir con otros. Fredy y Roberto son un ejemplo de ello.

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La he visto muchas veces, la sigo viendo y todavía me sorprende: la generosidad de los humildes, su solidaridad. Los hermanos Macana son un ejemplo de eso. Un ejemplo extremo, diría. Ellos y yo vivimos en la zona rural, en una calle con pretensiones de carril productivo. Son dos hermanos, Fredy y Roberto. Los vecinos, que viven dispersos entre fincas, les dicen “Los jujeñitos”, porque llegaron alguna vez de Jujuy, hace mucho, como obreros golondrina. Y se quedaron. “Sí, teníamos familia allá pero creo que ya murieron todos”, especula Fredy. “¿Y para qué volveríamos?”, dice Roberto. Tienen una edad indeterminada. El más joven debe andar por los cuarenta y el otro tendrá unos diez años más. Pero esto no es certeza, porque la edad de los curtidos siempre parece el doble. A veces han vivido en el rincón de algún galpón, entre la viña o en una pieza prestada. Los vecinos los quieren, porque son tranquilos y nobles y a veces les dan ropa o algo que los ayude. Viven de changas, cualquier changa, siempre trabajo bruto y sacrificado que nadie más quiere hacer.

Los hermanos Macana
Imagen generada para referencia - Chat Gpt

Ellos lo hacen, de a poco, con paciencia, sin urgencia, pero trabajan juntos en forma constante y cumplen con todo lo que se les encomienda. Tienen un grave problema. El alcoholismo les ha ganado la batalla desde hace tiempo. Pero, frescos o borrachos, son buena gente y jamás se olvidan de saludar levantando la mano, de sonreír con sus bocas sin dientes, de conversar cuando tienen algo para decir. Pero de lo que no se olvidan jamás es de ser solidarios. No tienen nada, pero hacen un culto de la solidaridad. 

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Cuando vienen de cosechar cebolla, cargan algunas en sus bolsas y las reparten entre los vecinos que se cruzan. Lo mismo con los ajos, los duraznos, las ciruelas, hasta las uvas. No piden nada a cambio. Los vecinos tratamos de retribuirles con otros alimentos y con algo de plata, por más que sabemos que se la gastarán en vino y eso los acercará un poco más a la muerte. Pero no hay remedio. Están jugados. Ellos trabajan a destajo, beben a destajo, viven a destajo y así terminarán sus días. Yo les digo “¿Cómo andan los hermanos Macana?” y nos reímos. A veces se sientan un rato en la puerta de casa y hablamos de calores, cosechas y olvidos. Otras veces solo saludan levantando la mano, lanzando un alegre “¡Ehhhh, ¿cómo dice que anda?!”, mientras siguen caminando. Fredy y Roberto han perdido su origen y también su apellido. No piensan en mañana y tampoco les importa. Un día sus huesos quedarán acá, entre las viñas. Será injusta la ausencia.

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