Estimado lector, así lo dice un anuncio bíblico: "Y el agua se convirtió en el mejor vino".
Nos escribe Don Eduardo Falú: "Está brotando la viña y nieva en la cordillera...". Desde los primeros copos de nieve y gotas de una refrescante lluvia, recorren kilómetros y kilómetros desde lo más alto de la montaña por pequeños y delgados hilos entre rocas y piedras. Continúa el canto: "Este año va a sobrar agua para regar las hileras".
Más que poesía cuyana, es una profecía hecha realidad; esos delgados hilos de agua se van uniendo y forman arroyos y ríos torrentosos que, luego de un descanso en algún dique o laguna, continúan su camino ininterrumpidamente, en busca de las sedientas vides mendocinas. Como grandes arterias, recorren canales, hijuelas, acequias e hileras cantarinas hasta encontrar su destino.
Añosos troncos de vid para llegar a los granos de uva que se hinchan de gozo por la llegada de la vida, el agua. Granos que se vestirán de distintos colores: negros, blancos, rosados, para destacarse en sabores y aromas. Pacientemente, esperan en la planta racimos que juegan a las escondidas entre las hojas para protegerse de las inclemencias del tiempo y las plagas.
Tras el sol del verano, al fin llega el momento deseado, la vendimia. Cosechadores muy habilidosos separan los racimos de las hojarascas y los envían en camiones, sudorosos del exquisito elixir de uva que ya quiere transformarse. Grandes piletones lo reciben y, como un gran abrazo, separan el jugo del escobajo. El segundo irá con otro destino, mientras que el jugo reposará hasta convertirse en alegría: el vino.
LA MOLIENDA- Gentileza de Bodegas y Viñedos MONTLAIZ