En la historia policial de Mendoza tiene muchas historias sanguinarias, pero la que protagonizó Daniel Gonzalo Zalazar Quiroga es especial, no solo por su brutalidad, sino porque el asesino había construido una imagen falsa. Si hubiera sido desenmascarado antes, posiblemente el triple femicidio no hubiera ocurrido.
Zalazar, hoy de 37 años, en la madrugada del domingo 23 de octubre de 2016, mató a Claudia Lorena Arias (31), que había sido su pareja por poco tiempo, a la madre de Claudia, Marta Susana Ortiz (45), y a Cecilia Vicenta Díaz de Ortiz (90), su abuela. También intentó matar a cuchillazos a dos de los hijos de Claudia, una bebé de 9 meses que supuestamente también era hija de él, y a otro niño de 11 años. Un tercero, de 8 años, salió ileso gracias a que logró esconderse en el baúl de un auto que estaba estacionado en la casa del barrio Trapiche, de Godoy Cruz.
El caso tuvo una fuerte repercusión nacional. Pero no fue solo su brutalidad lo que generó este impacto, sino las características particulares del asesino que, un año después, reconocería el crimen y sería condenado a prisión perpetua en un juicio abreviado.
Mucho antes
Tinogasta era un pueblo de unos 8.000 habitantes hace 30 años, cuando nació Daniel Zalazar. A 270 kilómetros de San Fernando del Valle de Catamarca, era un lugar tranquilo para vivir y la costa del río Abaucán, cuando éste venía crecido, era uno de los entretenimientos preferidos de los niños durante los fines de semana. El otro era algún cerro.
A Daniel le decían el "Conejo". Vivía con sus padres y sus dos hermanas menores en el Barrio 200 Viviendas, ni tan lejos ni tan cerca del centro. Su padre era profesor de Educación Física y los vecinos, preguntados ahora, creen que la madre era ama de casa y que había nacido en Fiambalá. Dicen recordar que eran muy rígidos con sus hijos y que era frecuente que los castigaran, pero es probable que la memoria comunitaria esté distorsionada por la actualidad.
Lo que si tienen claro es que la familia se fue del pueblo cuando Daniel todavía transitaba la primera infancia. Se mudaron al sur, a la Patagonia, como tantos que eran tentados por sueldos más altos sin tener en cuenta que los gastos también lo eran y las cuentas terminaban siendo pardas e igual que en cualquier parte.
Río Gallegos
Se radicaron en Río Gallegos. Allí recuerdan que la familia vivía en un departamento del Barrio APAP, sobre la Avenida Perón. El cambio fue importante, especialmente para los niños. Río Gallegos era una ciudad de 60 mil habitantes, capital provincial, con el mar allí nomás, con el Cabo Vírgenes con miles de pingüinos de octubre a abril.
El padre de Daniel, el profesor Zalazar empezó a dar clases en escuelas y colegios. Uno de ellos fue el República de Guatemala, el “Nacional” le dicen en la ciudad, donde Daniel también había hecho su secundario.
Era un muchacho alto, delgado, callado, que se preocupaba por sus hermanas. Algunos dicen que, en algunos momentos, especialmente cuando estaba nervioso por algún motivo, tartamudeaba un poco. Ahora lo definen como “un chico raro”, pero en ese momento era solo un muchacho retraído, tímido, que no tenía grupo de amigos y que no salía a bailar como los chicos de su edad. Nadie recuerda que haya tenido novia, salvo alguna relación ocasional.
En cambio su padre se hizo querer por sus alumnos. Tenía buena relación con los chicos y gozaba de la simpatía de los adolescentes. Uno de los preceptores de Daniel fue Francisco Torres, a quien todos apodaban Paco. Otro hombre carismático y popular. Daniel que ya por ese entonces comenzaba a practicar taekwondo y nadie recuerda ninguna otra actividad extra escolar del joven.
El alumno Daniel Zalazar fue de la promoción 2003 del Colegio República de Guatemala. Como reconocimiento a su padre y como algo excepcional, el diploma se lo entregó el rector del Colegio, Hugo Espósito. Además el profesor Zalazar y el rector Espósito se conocían bastante y tenían cierta amistad ya que el primero organizaba actividades deportivas y le compraba vestimenta y trofeos a Esposito que, además de su actividad docente, era dueño de la tienda deportiva “Meritos” sobre calle Alberdi.
Los padres de Daniel se separaron después, aunque ninguno de los consultados pudo establecer la fecha. En cambio si precisaron que la madre
de Daniel formó una nueva pareja con Paco Torres, el que había sido preceptor del joven.
Mendoza
Daniel Zalazar se fue de Río Gallegos y se radicó en Mendoza con el objetivo de estudiar medicina. Se inscribió en la Universidad de Mendoza. Allí recuerdan que cursó hasta cuarto año, de una carrera de cinco más el tiempo que requiere la residencia y que varía según la especialidad.
No fue un estudiante destacado. Rindió bien los finales de 20 materias, de un total de 60 que tiene Medicina y las notas apenas fueron suficientes para aprobar. Cuando el triple femicidio, hacía tres años que no pisaba la facultad. Se ganaba la vida con el taekwondo. No le sobraba el dinero, pero le alcanzaba. Se logró comprar un auto de los 90. “Era un Volkswagen de los cuadraditos, color gris”, contó un vecino de la cuadra donde vivía Daniel.
Con ese vehículo se las arreglaba para dar clases y organizar torneos en distintos puntos de la provincia. En la ciudad capital, en Luján, algunos también dicen haberlo visto en Junín aunque “si vino por estos lados, jamás lo hizo como referente de algún grupo u organizador”, cuentan. En cambio en Godoy Cruz lo veían dos veces por semana.
En 2009 había firmado un acuerdo con la comuna, para poder dar clases en el Polideportivo de La Estanzuela. No era contratado. Solo la comuna le cedía unas horas semanales en el SUM para que les diera clases a los chicos de la zona. “Venía los martes y jueves a la tarde. Tenía dos grupos de unos 15 o 20 chicos cada uno. Les cobraba una cuotita de $25 o $30 mensuales”, recuerdan allí.
Allí conoció a de Claudia Arias y a alguno de sus hijos. Nadie lo sabía, pero en ese momento se comenzó a gestar la masacre.
El médico
“Acá todos lo conocíamos como el médico pediatra que daba clases de taekwondo. Incluso el mismo les hacía la revisión médica a los niños que venían a sus clases y no era raro que alguna madre le hiciera alguna consulta sobre algún problema de salud de alguno de sus hijos”, cuentan en La
Estanzuela.
“Me acuerdo que unos días atrás de que pasara todo esto el terminó de dar clases y se fue apurado y me dijo que debía irse rápido porque tenía que cubrir una guardia en el Hospital Notti”, dice alguna de las personas que lo veía los martes y jueves a la tarde, cuando iba a dar clases en el SUM del
Polideportivo.
“Acá lo teníamos como un médico pediatra. Decía que trabajaba en el Hospital Central y que cubría guardias en otros lugares. Un día yo le pedí si me podía hacer una receta, porque necesitaba comprar unos remedios y no había conseguido turno con el médico al que voy. Se disculpó y me dijo que justo se le había terminado el recetario y que, si no era urgente, me la podía hacer otro día, pero después resolví el problema y no se la volví a pedir”.
Que Daniel Zalazar era médico es algo que se repite en los testimonios de las personas que tenían algún trato con él en distintos ámbitos. Incluso en Río Gallegos. Sin embargo Diario Mendoza no logró detectar que haya ejercido la medicina en forma ilegal. Parece ser solo una imagen que Zalazar “vendió”.
Sin embargo, en alguna de las tantas imágenes que él mismo subió a las redes antes del triple femicidio, hay una en donde se lo puede ver vestido como un médico. Camisolín celeste, guardapolvo blanco desabrochado y con una pared de azulejos de fondo, que podría ser el de una sala aséptica de algún complejo sanitario, pero también puede ser la de cualquier baño utilizado para el engaño. La foto parece haber tenido como destinataria a una mujer, porque Zalazar está tirando un beso y con los ojos cerrados.
En la Municipalidad de Godoy Cruz no recordaban que Zalazar haya hecho figurar la condición de médico o al menos de residente en el currículum que presentó en su momento. Tampoco trascendió que en el allanamiento de su departamento del centro de Mendoza se haya secuestrado algún elemento vinculado con el personaje falso de médico que encarnaba.
Crisis psicópata
Es muy probable, casi seguro, que nadie haya conocido cómo y quién era Daniel Zalazar completamente. Ni siquiera su familia ni la hermana que
vivía con él. Su mundo real era la de la actividad del taekwondo y allí cumplía ese papel a la perfección. Pero había creado otro mundo falso, que había sido su mundo deseado y fracasado. En ese mundo Zalazar era un médico pediatra joven y con futuro, carismático y querido.
La relación con Claudia Arias no había tenido mucho más compromiso que cualquier otra, al menos para él. Incluso nadie de quienes los trataron los recuerdan como una pareja de novios, incluida la familia de Claudia. Pero nació una bebé y Claudia quería que Daniel reconociera su paternidad,
aunque no le pedía formar pareja.
Daría la sensación que Zalazar entró en crisis por eso. Sus finanzas, no muy holgadas, se iban a resentir y no iba a poder hacer los viajes y las salidas
nocturnas que le gustaban. Tampoco quería ser padre, ya que su psicosis rechazaba ese rol por algunas situaciones vividas en su infancia y adolescencia. Pero especialmente su fingido personaje de médico pediatra con futuro corría el riesgo de ser descubierto.
La madrugada del domingo 23, en la casa del barrio Trapiche, Zalazar se sintió acorralado, veía que su realidad paralela se derrumbaba y afloró su perfil violento, su necesidad de vengarse de algunas situaciones que había vivido de niño y que había reprimido durante toda su vida. “Podría suponerse que Zalazar tiene un conflicto con la imagen femenina pero, en realidad, su patología encuadra con la de un sujeto que rechaza el ser padre y tiene un profundo trauma con la figura paterna”, dijo uno de los profesionales consultados.
En las horas inmediatas posteriores al múltiple crimen también hay algunos indicios sobre el trastorno mental del homicida. Zalazar asume una conducta que parece haberse despegado totalmente de la realidad y haber adoptado la de su personalidad falsa. A pesar de no tener una herida grave en una de sus manos, va a hacerse atender al Hospital Central, donde él decía que trabajaba como médico. En su mente, él es un médico que concurre a un sitio que le es propio y en donde lo conocen. Quizás hasta encontrará algún “colega amigo” que lo atienda.
En pasado
La calle Infanta Mercedes de San Martín, de la ciudad de Mendoza, tiene solo una cuadra. Podría ser solo un pasaje entre 9 de Julio y la Avenida San Martín, pero es suficiente ancha como para ser una calle corta, pero calle al fin a pesar de que el cartel de la esquina la menosprecia con un abreviado “I.M. San Martín”.
La vereda norte es gris y caminando por allí se le pueden ver las tripas al edificio del Correo Argentino. Ahí llegan todas las cartas que tienen el código postal 5500. Después los carteros brotan de los protones de la vereda gris y salen a repartir.
La vereda sur tiene otro aspecto. Es la vereda par. Dos almacenes chicos, una ferretería, una casa de comidas para llevar, un hotel… Además están las entradas a los edificios, la mayoría de oficinas que están ocupadas por estudios jurídicos.
En el número 34 hay un edificio de departamentos de arquitectura bastante moderna, posiblemente de los 80. En la planta baja hay dos locales comerciales. Uno está vacío y en alquiler y en el otro está uno de los almacencitos, un “minimarket” como le dicen ahora. Al lado, la puerta que lleva a los departamentos. Negra. El portero tiene 19 botones y el del encargado. Casi nadie atiende. Algunos sí.
Hablan de su vecino, del único que salió en las páginas policiales, como si hubiera muerto. “Era callado”; “no se relacionaba mucho con nadie”; “no sabíamos mucho de él”; “se lo veía siempre con ropa deportiva”; “vivía con una hermana pero a ella tampoco se la ve desde el domingo;… “decía que era médico”.
Pero Daniel Gonzalo Zalazar Quiroga no ha muerto. Ha matado. Tres veces ha matado, en una misma secuencia que no ha durado más de 10 minutos. Y trató de matar otras dos o tres veces. Ahora su domicilio en la cárcel. Lleva siete años preso. Le faltan muchos más.