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Historias de por acá

Zapatero, uno de los oficios que estaban desapareciendo y resurgen "gracias" a las crisis

Hasta hace seis o siete años, todo se tiraba o se reemplazaba. Ahora hay una tendencia a reparar, restaurar, transformar. "La gente hace arreglar las cosas porque no le alcanza la plata para lo nuevo", apunta al paso un zapatero.

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 “Antes, las cosas duraban toda la vida”, decían los viejos, en los tiempos en que las cosas duraban casi toda la vida y los viejos no éramos nosotros.

Los autos, las heladeras, las planchas, los matrimonios, todo duraba mucho, años de años. Las cosas no se rompían nunca o, si se rompían, había alguien que las arreglaba y las dejaba “como nuevas”.

Pero, después, las cosas empezaron a tener algo que se dio en llamar “vida útil” y que fue comprendiendo un período de tiempo cada vez más breve.

Se usa y se tira, comenzó a ser el mandado. Se cambia por otro y chau picho, a hora cosa mariposa. Y los que arreglaban las cosas desaparecieron con las cosas.

Capaz ese cambio de época haya coincidido en parte con el uso masivo de las tarjetas de crédito y el pago en cuotas, con la proliferación del plástico como el primer material para fabricar casi todo y los pegamentos en lugar de las tuercas y los tornillos. Quizá fue la aparición de todo eso junto.

Y también la necesidad de vender de las compañías, de vender y vender. Si las cosas no se rompían nunca, nunca se vendían cosas nuevas. Al menos no tantas como la codicia necesitaba.

Pero algo comenzó a cambiar hace unos años, no tantos, quizás cinco o seis, cuando el dinero no alcanzó para respetar el principio “usar y tirar” y hubo que acudir al “usar, arreglar y volver a usar y repetir esto hasta que ya sea imposible arreglar”.

─Fue un tiempo antes de la pandemia. Y con la pandemia eso se hizo más notorio. Teníamos poco trabajo y parecía que el oficio iba a desaparecer pero, de pronto, todo cambió y ahora casi no damos abasto─, dice Roberto, asomándose entre cientos de zapatos, carteras, mochilas y bolsos que esperan su turno para ser arreglados.

─Creo que los zapateros y las costureras somos los que más trabajo tenemos en la actualidad. La gente necesita arreglar su calzado y su ropa, porque no le alcanza para comprar cosas nuevas─sostiene.

Roberto tiene 43 años y es zapatero desde hace 20. 

─Aprendí el oficio de mi suegro, Pascual. Él tuvo este taller de calzado desde hace cincuenta años o más, siempre en esta cuadra de la calle Bailén ─cuenta, refiriéndose al tramo que va desde Nogués a Avellaneda, en la ciudad de San Martín, donde “debemos ser entre seis y siete zapateros, además de alguno que puede estar en algún barrio”.

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Roberto Morales y Oscar, su padre, en plena faena.  

Hay un dato curioso en la historia de Roberto. Desde hace unos años tiene un ayudante, Oscar Morales, su padre.

─Mi hijo me enseñó el oficio y me quedé ─cuenta Oscar. 

Trabajan en un lugar chiquito, atestado de zapatos a reparar. 

─Antes eran zapatos, pero ahora la gente trae muchas zapatillas, para ver si las podemos reparar y hacer que tiren un tiempo más.

Es que una reparación puede andar por los $3.000 mientras que un par de zapatillas aceptable puede ir de los $20.000 a los $200.000, sin exagerar.

Lo mismo sucede con los bolsos, las carteras, las mochilas  (especialmente las escolares).

Roberto cuenta que pide una seña antes de comenzar el trabajo, para asegurarse que luego vengan a retirarlo.

─Aún así, hay gente que paga la seña y después no vuelve más. El treinta por ciento de la gente que deja algo para arreglar, no regresa a buscar lo que dejó ─dice.

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Ante los precios y la inflación, hoy arreglar un calzado es cada vez más frecuente.

Ese treinta por ciento olvidado, va para ser donado a quien pase pidiendo algún calzado y, las menos veces, para ser vendido a quien haga una oferta y el dinero sirva “para recuperar un poco lo que se gastó en materiales”.

El caso es que hay una tendencia a reparar, a estirar una buena vida. Por ahora es una tendencia con las cosas. Quizás se  contagie con todo lo demás. 

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