En octubre, el muñón va a cumplir seis años. Al principio era sensible, frágil, delicado. Federico recuerda: “Tuve que curtirlo, como un cuero. Le pasaba un peine duro para que la piel se pusiera gruesa”. De la mitad del fémur hacia abajo, de la mitad del muslo, todo desapareció. Aun así, y durante bastante tiempo, sintió molestias en el tobillo, en algunas partes que ya no tenía. “Lo del miembro fantasma es verdad, absolutamente”, dice, refiriéndose a ese síndrome que padecen los amputados y que les hace tener sensaciones en las partes del cuerpo que ya no existen. Pero Federico Arrieta es, después de octubre de 2018 y pese a lo que ya no está, todo lo que sí existe. Sigue esquiando, que es su gran pasión. Sigue jugando al fútbol, deporte que en su juventud lo llevó a probarse en algún club de primera.
Sigue siendo ciclista, uno de los mejores de Mendoza, un ciclista repleto de medallas que hoy compite en el nivel más alto del ciclismo nacional. Los músculos seccionados del muslo se atrofiaron, pese a que intentó revivirlos. Los músculos que le quedan de la pierna derecha “son los del culo”, dice. Y son suficientes para que, además de los deportes, salga a andar a caballo, sea un padre presente, un comerciante activo, un amigo divertido. Porque perdió la pierna, pero también “el darle tanta importancia a las cosas materiales, a vivir tan enloquecido. Ahora le doy importancia a lo simple, a lo más simple. A la tranquilidad y los afectos, que son tantos y tan buenos”.
El hombre diestro
Federico Arrieta nació en Chubut hace cuarenta y dos años. Solo los primeros dos vivió allí. Después, su padre, militar de profesión, fue trasladado a Uspallata y allí se radicó toda la familia, con Federico y sus dos hermanos. Y allí se quedaron. Hoy todos atienden allí el restaurante que instalaron hace mucho. Federico se reconoce como alguien que tuvo “alma de deportista, desde siempre”.
Con su pierna diestra y como mediocampista central, entre los 14 y los 17 fue un futbolista prometedor, jugó en el Atlético Club San Martín y sus cualidades lo hicieron ir a probarse en algunos clubes de primera división en Buenos Aires. Después descubrió su gran pasión: el esquí. Desde ese momento fue su vida. Tanto, que formó una profesión. Durante nueve años vivió en invierno, entre Argentina y España. Entre Las Leñas, Bariloche, La Olla y Andorra. Integraba patrullas de auxilio y rescate. Fue una época magnífica.
Las montañas, y también la Patagonia, quedaron para siempre ligadas a la vida de Federico. Tanto, que fue padre de Pehuén con una neuquina. Pero, de esos años antes de perder su pierna derecha, reconoce que la vida era vertiginosa. “Vivía arrebatado”, dice. Después dejó de ser diestro. Fue con su moto, a dos cuadras de su casa, en Uspallata. Octubre de 2018. “Se me cayó el mundo”.
El hombre siniestro
Todo cambió. “No sé cómo decirlo. Puede sonar raro, pero tengo que agradecer algunas cosas que fueron muy positivas. En principio, que las consecuencias hubieran podido ser peores. Después, que ahora vivo mejor, más tranquilo, disfrutando lo simple, superando las dificultades. Eso es algo, un mensaje que me gustaría poder transmitirle a los demás”. Después de perder su pierna diestra, Federico empezó rápidamente a trabajar para continuar con su vida, con sus pasiones. Y lo consiguió, más allá de los sacrificios y las dificultades. Dificultades como conseguir una pierna ortopédica que se adaptara a sus necesidades de seguir haciendo deportes, por ejemplo. “Mi obra social no me cubría los costos y se inició una campaña por internet. Me llegaron nueve piernas”. Una sirvió, las otras Federico las donó al Hospital Lencinas. Esa dificultad persiste todavía hoy. La pierna ortopédica ha sufrido desgastes y es urgente cambiarla, “pero todavía la obra social no quiere cubrirla”. Y Federico volvió a realizar todos los deportes que practicaba antes.
Fútbol, esquí y ciclismo, en el que ya es un campeón sostenido, reiterado. Hizo fútbol adaptado en Godoy Cruz, “una actividad muy exigente”. El ciclismo tuvo que fortalecer músculos, aprender a coordinar la energía de todo el cuerpo para equilibrar la pierna faltante. Aprendió a esquiar con una sola pierna y ya está trabajando para volver a realizar esa actividad como forma de vida, transformándose en instructor y volver a viajar a Europa en las temporadas invernales. Dice que el ciclismo “es un cable a tierra, es terapéutico y sé que puedo estar compitiendo unos dos o tres años más”.
El esquí es su plan de vida. Quiere capacitarse, incluso en idiomas, y dar clases. “Sueño con volver”, sostiene. Mientras tanto, disfruta trabajar en el negocio familiar, compartir gran parte de la vida con su hijo Pehuén, de las reuniones familiares, de sus amigos, de andar a caballo.
─¿A veces te preguntas cómo sería todo si el accidente no hubiera ocurrido?
─Sí. Casi todos los días. Pero también todos los días vivo cosas buenas, muy buenas. Como el cariño de los míos, el cariño de tanta gente…