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Historias de acá

La fe pagana en Mendoza: adoraciones y creencias que se mantienen vivas y crecen

En tiempos donde la tecnología y la razón parecen dominar todo, el hombre le sigue buscando explicaciones a la vida y su finitud. Para ello busca auxilio en la fe. En Mendoza, como ocurre en todo el mundo y más allá de las religiones, todavía se cree en imágenes paganas.

Instalación al culto de Juan Bautista Bairoleto Cementerio de Gral Alvear año 20

La fe es un don. Se tiene o no se tiene. La fe como la existencia de algo más allá de la muerte, la creencia de una fuerza superior. Algo que le da sentido a todo. El hombre necesita creer en algo que lo libere de la angustia de la muerte y también le dé lógica al por qué de la vida, de la suya, individual y absurda.

Las religiones ordenan esto y dan herramientas para alimentar y sostener la fe. Pero, fuera de las religiones, aunque a veces sostenidas por ritos y creencias surgidas de ellas, hay costumbres y cultos regionales tan poderosos como los de las iglesias

En Mendoza abundan las adoraciones a figuras paganas, a las que sus creyentes veneran con la misma fuerza que a un santo reconocido. 

Culto a la Cruz Negra en El Chical, Lavalle.
Culto a la Cruz Negra en El Chical, Lavalle. (Gentileza César Panella) 

En territorio mendocino las figuras paganas más populares son las que también son adoradas en el resto del país. Aquí el Gauchito Gil tiene más de mil ermitas a los costados de las rutas. Son las más numerosas. Después, en cantidad, están las que se alzan en honor de Ceferino Namuncurá, de San La Muerte y de la Difunta Correa. También hay algunas, muchas menos, de la Virgen de Guadalupe y del curandero Pancho Sierra. Esto surge de un relevamiento etnográfico realizado hace algún tiempo por César Panella, un fotógrafo mendocino que también se define como promesero.

Hay otras figuras, otros cultos, menos conocidos. Surgieron como una costumbre de los vecinos de la zona que, más como reconocimiento y cariño a esas figuras que por devoción, comenzaron a honrar sus memorias.  Después alguien les hizo alguna promesa y, por cumplida quizá, empezaron a transformarse en modestas pero entrañables imágenes paganas.

Instalación al culto del Gauchito Gil. Los Cerrillos, Tupungato.
Instalación al culto del Gauchito Gil. Los Cerrillos, Tupungato. (Gentileza César Panella) 

Don Tapia

A la vera de la Ruta Nacional, en la margen norte y a tres kilómetros al oeste de la villa de Desagüadero, en el departamento de La Paz, hay una ermita muy bien construida en memoria de Don Tapia

Fue un ermitaño que vivió ahí mismo, en una cueva cavada en el suelo y cubierta con algunos trapos, entre 1969 y 1989.

No hay certezas absolutas sobre quién era, ya que casi no hablaba. Los lugareños dicen que se llamaba Francisco Tapia y que solo repetía una frase: "Juez de Paz, Tafí Viejo y Tucumán". Era lo único que decía de corrido.

Se creía que era uno de los obreros que había trabajado en la construcción de la ruta, pero no es seguro.

Don Tapia no solía ir a la villa ni al pueblo de La Paz. Para resolver sus necesidades de agua y algo de alimento, se instalaba en la banquina con un tarro, esperando que alguien se parara a convidarle algo. 

Los camioneros comenzaron a parar allí para ayudar a Don Tapia pero, también, para descansar y compartir con él unos mates o comer algo.

En el Registro Civil de La Paz está asentado que falleció en la siesta del 23 de abril de 1989 y se dejó constancia que era indocumentado y se le puso como fecha y lugar de nacimiento el 9 de Julio de 1936, en Tucumán.

Los restos de Francisco Tapia descansan en el cementerio de Desaguadero por pedido de los vecinos, pero su lugar de veneración es el sitio donde vivía, junto a la ruta.

Se comenzó a venerarlo cuando aún vivía. Los camioneros decían, y aún sostienen, que Don Tapia aseguraban un buen viaje y otros favores mayores. A cada uno de sus visitantes, el ermitaño les daba un papel en donde, con un carbón, le había garabateado una leyenda indescifrable, supuestamente certificando el favor que había recibido y sosteniendo que este sería devuelto con alguna bendición.

Después de su muerte, se construyó una casilla en ese lugar y hoy se ven cruces, botellas con agua, flores de plástico y placas de agradecimiento por los ruegos cumplidos.

Don francisco tapia
Don Francisco Tapia. (Gentileza César Panella) 

Marito Gaspar

La veneración a este tipo de santos paganos en algunos casos crece y en otros se va aplacando. Los motivos son difíciles de establecer.

El caso de Mario Gaspar es uno de los que está diluyéndose, pese a que muchos todavía lo recuerdan.

En 1973 un niño de unos 10 años ingresó al Hospital Perrupato, en San Martín,  con un cuadro cardíaco complejo. Lo llevó allí una pareja de trabajadores golondrinas, pero que no eran sus padres. Marito se había colado en algún grupo de trabajadores que había viajado hacia Mendoza, desde Salta, no tenía documentos y no se sabía cómo se llamaba realmente ni quiénes eran sus padres.

Si bien no requería internación permanente, el niño se quedó viviendo en el hospital, debido a que su patología necesitaba ser controlada continuamente. En ese tiempo había en el hospital un grupo de monjas, que se encargó de él y le dio instrucción escolar. Era un niño simpático e inteligente que se hacía querer y que aseguraba llamarse Mario Gaspar. Y así lo llamaron todos. Usaba los recipientes de suero descartados para hacer juguetes y los vendía en los horarios de visita. 

La cardiopatía que padecía requirió en un momento que fuera trasladado a Buenos Aires. Con la gestión de algunos médicos del hospital, se logró que fuera trasladado en un avión sanitario. Marito estuvo varios meses internado en Buenos Aires y siempre decía que deseaba regresar hospital de San Martín, porque decía que allí lo querían como si fuera parte de una familia.

Pero la cardiopatía resultó ser inoperable y Marito falleció el 15 de septiembre de 1975. Como no tenía padres, tutores ni domicilio legal, los médicos y las monjas del Perrupato debieron hacer muchas gestiones para que el cuerpo del niño regresara a San Martín. Finalmente, un furgón lo trajo.

Fue velado en el Hospital y todos dijeron algunas palabras. La Municipalidad le donó al hospital una parcela en el cementerio de Buen Orden y allí fue enterrado, acompañado por una multitud.
Durante muchos años la tumba siempre estuvo muy bien cuidada, rodeada de flores y de velas y era visitada por muchos vecinos de la zona, que le hacían promesas. 

Actualmente los visitantes son menos, pero aún algunos llegan hasta su tumba.

El Ánima Parada

Uno de los cultos paganos que más ha crecido en Mendoza es el de El Ánima Parada, el espíritu de Diógenes Recuero.

Recuero nació el 6 de marzo de 1861 y vivió sólo 42 años, pero tuvo una vida intensa. Miembro de una familia acomodada, fue aviador, concejal e intendente de Rivadavia, entre1897 y 1901 y tuvo duros enfrentamientos con las familias poderosas de la zona por cuestiones políticas.

Se casó con una viuda joven y tuvo seis hijos. En 1906 falleció uno de ellos. Esto lo hizo caer en un cuadro depresivo y, sorpresivamente, sin ningún cuadro médico que lo hubiera advertido, falleció el 6 de junio de ese año.

Se tejieron mil historias sobre las causas de su muerte, desde envenenamiento, pasando por el suicidio, hasta el fallecimiento por un cuadro de sífilis fulminante. 

Fue sepultado en el cementerio de la calle Brandsen, ya desaparecido, en la ciudad de Rivadavia. Allí estuvo su cuerpo hasta 1914, cuando la municipalidad dispuso que todos los difuntos de ese cementerio fueran trasladados a uno nuevo.

Como nadie reclamó el traslado del cuerpo de Diógenes Recuero a un nuevo sitio, se les ordenó a los empleados municipales que ubicaran sus restos en el “reprofundo”, como llaman los sepultureros a la fosa común. 

Cuando los obreros abrieron el cajón el cuerpo estaba intacto, su vestimenta impecable y el peinado como en sus mejores épocas de galán. 

El cadáver de Recuero fue tirado a la fosa común y cayó parado. Los trabajadores debieron bajar y acomodarlo horizontalmente. Pero, a la mañana siguiente, el cuerpo apareció nuevamente parado. Esto se repitió varios días y comenzaron a aparecer las primeras velas y flores junto al foso.

Por consejo de la Iglesia el cuerpo comenzó a ser mudado de lugar y ubicado en sitios ignotos, pero todas las mañanas aparecían flores y velas junto al lugar donde había sido colocado el cuerpo. Ya era el Ánima Parada.

En 1963 un tal Carlos Roberto Di Fabio le hizo una promesa al Ánima Parada. Le dijo que si ganaba la lotería le levantaría un mausoleo. El 31 de octubre de ese año Di Fabio hizo levantar una magnífica bóveda de mármol negro con un mínimo porcentaje del premio mayor de la Lotería de Mendoza. 

Hoy el mausoleo es visitado casi a diario. Está muy bien cuidado, repleto de placas de agradecimiento y de ofrendas de todo tipo.

Salto de fe

Salto de fe es el acto de creer o aceptar algo intangible, improbable o sin evidencia empírica. La expresión se le atribuye al filósofo danés Soren Kierkegaard (1813 -1855), el padre del existencialismo.

Podría decirse, entonces, que creer en algo intangible es una cualidad que se tiene o no, más allá de la razón.

Es cierto que las creencias actuales sobre almas o espíritus que ya están fuera de la vida tienden a ser cada vez menos, aún en contra de la voluntad del Hombre.

Pero en la zona rural estas creencias siguen estando muy vivas, son poderosas y nadie se sorprende al escucharlas.

En algunos casos se reflejan como cultos a imágenes paganas, pero también en las creencias de algunos fenómenos fantásticos. 

Sin ir más lejos y como ejemplo, contaré esta experiencia:   

Ya es de noche. Por la calle viene caminando don Raúl, el vecino de la finca de enfrente. Se para, saluda y se ve que viene predispuesto a la charla. 

Es alto, delgado y podría tener más de cincuenta años. 

Días antes ya me ha indicado dónde encontrar un tambo para comprar quesos caseros y ahora aprovecho a preguntarle dónde conseguir pollos, de los de verdad, sin pechugas de plástico ni muslos con hormonas. 

Raúl se agacha, agarra un palito y dibuja en la tierra como si fuera Cristo para hacerme un mapita. Después que confirma que entendí, pregunta lo que viene a preguntar:

─¿Usté escucha ruidos por la noche?

─¿Cómo qué? ─le digo.

─Ruidos, como de tropilla. Los que vivían acá antes, dicen que los escuchaban todas las noches y por eso dejaban las luces de afuera prendidas.

─No, no he escuchado nada.

─Raro. Los que vivían acá dicen que si los escuchaban. Que fueron a preguntarle a una bruja y que les dijo que todo esto era de un tal Olivares hace muchos años...

─Ajá...

─Y que al Olivares ese le gustaban mucho los caballos y un día se ahorcó, allá en el fondo...─ y estira la pera para señalar al fondo de la finca, donde pasa la acequia, donde está oscuro y no se ve nada. Y después sigue:

─Dicen que, como le gustaban mucho los caballos, su alma quedó acá nomás, galopando...

─¿Usté escuchó la tropilla alguna vez?

─No, nunca.

Don Raúl cree en la tropilla fantasmal de Olivares. Cree y escuchará cabalgar a los caballos desbocados en algún momento. Puede creer y hace que existan. Yo no puedo y lo lamento.

Después, seguimos hablando de otras cosas. 

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